Cuando el día del libro era día de hogueras

 

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En el bando republicano también hubo cierta quema de libros aunque en menor medida, pero esta pretendía atacar la propiedad privada no la propiedad intelectual o la difusión de las ideas. La barbarie no conoce bandos.

Un 30 de abril de 1939, apenas un mes de finalizada la guerra, el Sindicato Español Universitario, SEU, celebró con una quema pública de libros el Día del Libro en el año I de la victoria. Miles de ejemplares fueron arrojados al fuego por ser considerados malignos o no exaltar los valores morales del nacionalsocialismo.
El diario ABC publicaba el 2 de mayo sobre la quema de libros en la universidad de Madrid que “El Sindicato Español Universitario celebró el domingo la Fiesta del Libro con un simbólico y ejemplar auto de fe. En el viejo huerto de la Universidad Central –huerto desolado y yermo por la incuria y la barbarie de tres años de oprobio y suciedad –se alzó una humilde tribuna, custodiada por dos grandes banderas victoriosas. Frente a ella, sobre la tierra reseca y áspera, un montón de libros torpes y envenenados (…) Y en torno a aquella podredumbre, cara a las banderas y a la palabra sabia de las Jerarquías, formaron las milicias universitarias, entre grupos de muchachas cuyos rostros y mantillas prendían en el conjunto viril y austero una suave flor de belleza y simpatía. Prendido el fuego al sucio montón de papeles, mientras las llamas subían al cielo con alegre y purificador chisporroteo, la juventud universitaria, brazo en alto, cantó con ardimiento y valentía el himno Cara al sol”.
En el puerto de A Coruña, frente al Club Náutico, los autos de fe, como los llamaban, tuvieron lugar el 19 de agosto. Títulos como Germinal de Zola o La regenta de Clarín fueron confiscados de la biblioteca personal de Casares Quiroga, diputado de Izquierda Republicana, de las bibliotecas públicas, de las escuelas o de otras bibliotecas privadas.
En las zonas conquistadas por los sublevados la quema de libros se impuso de forma violenta y se ordenaba mediante bandos y consignas que llamaban a la condena de los «libros marxistas, los pesimistas, los pornográficos, los de un modernismo exacerbante, los cursis…». Falange se erigió como órgano censor e impuso sus criterios que fueron mucho más allá de los libros políticos, alcanzando la literatura universal, la poesía o la filosofía y todo aquel libro “pernicioso y envenenador del alma” como eran los libros de pensadores de Rousseau, Marx, Freud o Voltaire.

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EN LA UNIVERSIDAD CENTRAL SE HA CELEBRADO UN ACTO EN EL QUE SE HAN HECHO LA QUEMA SIMBÓLICA DE LIBROS

En Córdoba el 22 de septiembre se quemaron 5.544 libros. Miles de libros fueron sacados de las imprentas y editoriales, así como revistas o cuadernos literarios. El pensamiento fue clausurado, los editores depurados, los periódicos no afines al nuevo régimen dejaron de existir y las librerías fueron expurgadas, asesoradas sobre los libros que sí estaba permitido poner a la venta y aconsejadas en las directrices a seguir o en la forma en que los libros debían ponerse en los escaparates. Con motivo de la Semana del Libro de 1939 la Cámara del Libro de Barcelona recibió una circular de la Jefatura Provincial de Propaganda de Barcelona, donde se recomendaba los libros que debían exponerse en los escaparates y que decía : “En dichos puestos deberán dar preferencia de colocación a las publicaciones sobre temas del Glorioso Movimiento y singularmente a las de este carácter editadas por el Estado Español en sus distintas denominaciones: Delegación del Estado de Prensa y Propaganda, Delegación Nacional de Prensa y Propaganda de FET y de las JONS, Ediciones Jerarquía, Ediciones FE, Ediciones Libertad, Ediciones Arriba, Ediciones Destino y Ediciones del Servicio Nacional de Propaganda (…) y será especial cuidado de los libreros, el mantener en sus escaparates estrictamente obras de tipo político, militar, social, etc. Referentes a nuestra Cruzada”. El incumplimiento de dichas normas acarreaba una multa de 500 pesetas de la época.
En Tolosa y en Guipúzcoa la purga tuvo lugar el 11 de agosto del 36. En Sevilla, Queipo de Llano publicó dos bandos, uno el 6 de septiembre y el otro un 23 de diciembre en los que acusaba a los libros de ser marxistas y propagar ideas peligrosas. Mies fueron quemados a raíz de esos dos bandos además de imponer la censura y fuertes multas a los libreros que escondieran “lecturas subversivas”.
L´Ateneu Enciclopédic de Barcelona fue asaltado y más de 6.000 libros en catalán fueron quemados en la plaza pública. En Valencia ordenaron la quema de 50.000 libros, entre ellos una edición no comercializada de Miguel Hernández de la que lograron escapar dos volúmenes gracias a los cuales pudo ser reeditada en 1981. La biblioteca Pompeu i Fabra fue quemada entera en una plaza de Badalona. En el día del libro de los años posteriores a la guerra, se celebraba una misa por el alma de Cervantes y por “los gloriosos escritores españoles caídos en la Santa Cruzada”

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La Comisión Depuradora de San Sebastián en su informe sobre el expurgo de libros señalaba de Pío Baroja que sus libros “constituyen uno de los más mortíferos venenos intelectuales”, de Pérez Galdós que “con su espíritu liberal y con su mal reprimido odio a la Iglesia, mayores estragos ha causado en la sociedad española del pasado siglo y todavía sigue causando”, y del valenciano Blasco Ibáñez decía “que con facultades extraordinarias de escribir ha realizado una labor demoledora e inmoral con todas las producciones”. Fueron retirados títulos como El Libro del buen amor del Arcipreste de Hita, La Celestina de Fernando de Rojas, Diablo mundo de Espronceda, La educación sentimental de Flaubert, Werther de Goethe, Artículos de costumbres de Larra, La rebelión de las masas de Ortega y Gasset, Papa Goriot de Balzac, Sonata de otoño de Valle-Inclán, Poesías completas de Antonio Machado, Nuestro padre San Daniel de Gabriel Miró, La hermana San Sulpicio de Palacio Valdés, El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, Los miserables o Nuestra Señora de París de Víctor Hugo, Los pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán, El fuego de Barbusse, Sin novedad en el frente de Remarque, Los siete ahorcados de Andreiev, Las almas muertas de Gogol, Crimen y castigo de Dostoiewski, Cómo enseña Gertrudis a sus hijos de Pestalozzi, Guerra y paz de Tolstói, o Historia de la civilización española de Rafael Altamira. Todos los de Blasco Ibáñez, varios títulos de Azorín y numerosos de Pérez Galdós y Pío Baroja. El Corsario Negro de Emilio Salgari, Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas, Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, Los cuentos de Andersen, o Los viajes de Gulliver de J. Swift. El cuento de Perrault, Caperucita roja se convirtió en Caperucita azul y más tarde, Caperucita encarnada.
Dionisio Ridruejo, escritor de la llamada generación del 36 y jefe de la propaganda fascista durante la guerra, expuso que: “la novela era un género que sólo merecía la publicación si marido y mujer, en un matrimonio legítimamente constituido, podían leérsela el uno al otro sin ruborizarse mutuamente y, sobre todo, sin excitarse”.

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Niños alemanes quemando libros en una plaza de Colonia. 1945-1948. (Photo by European/FPG/Getty Images)

Luego nos preguntamos porque España es uno de los países en que menos se lee…hay una especie de prevención hacia las ideas, de recelo o prejuicio ante el pensamiento desconocido. Nos cuesta abrir la mente a otros conceptos u otras realidades. Durante cuarenta años la mente debía estar cerrada, los pensamientos, los criterios propios y la crítica abolidos y considerados innecesarios para el vulgo que se debía conformar con aquellas enseñanzas que era imprescindibles para su labor y su clase social. El adoctrinamiento religioso en los colegios no pretendía abrir al alma a la fe, si no cerrarla a cualquier otro sentimiento o emoción que no fuera la estrictamente religiosa. Las consecuencias de esto se mantuvieron durante los años inmediatos a la muerte del dictador. La ignorancia, y lo que es peor, ese especie de soberbia que muestra el ignorante sobre su propia cultura, se deja ver todavía en cientos de detalles de los que a este país le cuesta desprenderse. La inteligencia, el criterio, el pensamiento crítico, tanto tiempo cercenado, nos ha dejado la incultura general como parte de nuestra cultura, esa a la que muchos se aferran orgullosos y llaman tradición.

http://www.represura.es/represura_8_febrero_2013_articulo2.html

https://blogdehistoriaderafa.wordpress.com/2017/04/29/la-quema-de-libros-durante-la-guerra-civil-y-la-dictadura-book-burning-during-the-spanish-civil-war-and-the-dictatorship/

 

*Fe de erratas. En mi primera publicación hay un error en la fecha, obviamente, la guerra finalizó en el 39, no en 1936, como puse por equivocación. Disculpadme.

 

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