Cistina García Rodero. Una mirada en blanco y negro

Muy a menudo se nos olvida de qué España venimos. Se nos olvidan los años en que caminábamos por los senderos tortuosos de una transición que vibraba entre lo que se creía moderno y las tradiciones ancladas en un pasado anacrónico que durante cuarenta años nos habían obligado a observar con la prudencia y el rigor del nacional catolicismo. Muchas veces, de lleno en el siglo XXI nos creemos muy modernos y avanzados como para echar la vista atrás o, por lo contrario, nos aferramos a esas costumbres como tradiciones irrompibles, como seña de identidad de nuestros pueblos, de nuestras fiestas populares o creencias.
Se impone una mirada al pasado desde ese ángulo de visión humanista que la fotógrafa Cristina García Rodero nos muestra en sus últimas exposiciones ofrecidas dentro del marco del Festival de Formentera Fotográfica el pasado mes de abril, en Huesca, durante el mes de mayo y en Puertollano, su pueblo natal, en donde la exposición ha tenido que ampliar las fechas hasta el presente mes de junio.

Garcia Rodero - Nina Peña - España - mujer - paraguas
En su colección La España oculta, nos muestra esa España ya desconocida y lejana en una amplia muestra antropológica y social que transcurre desde 1974 hasta 1989. Para ella, el fotógrafo ha de captar lo máximo posible y la fotografía ser lo más expresiva posible aunque tenga pocos elementos. Es por tanto la regla de oro de la llamada fotografía humanista, que trata de remarcar la figura del ser humano, sus momentos diarios, su vida cotidiana sin artificios que distraigan la mirada. Es ofrecer una visión del mundo, a veces crítica, a veces dura desde un punto de vista estético. Impactante en su simplicidad. Rodero piensa que en realidad hay poca política en sus fotos porque ella lo que pretende mostrar es la realidad de la situación, pero al mostrarla, esa realidad ya está contando muchísimas cosas. Las muestra en toda su vehemencia, en toda su crudeza, en todo su entorno social y pocas cosas hay tan políticas como mostrar esas circunstancias y contextos que pocos quieren ver.
Desde la prestigiosa agencia Magnum, Cristina nos recuerda una época de la España profunda y religiosa, llena de procesiones y tradiciones religiosas que parecen sacadas de una etapa que no reconocemos nuestra. Nos recuerdan a las épocas oscuras del pasado y sin embargo, apenas tienen cincuenta años. No hace tanto tiempo que éramos así aunque no queramos recordarlo, aunque la memoria sea frágil y aunque muchos traten de idealizar un pasado que para nada fue mejor pero que es, como toda niñez, la verdadera patria de muchos y a la que algunos, mal llamados nostálgicos, querrían volver.

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garcía rodero - nina peña - mujeres

Mujeres con mantillas y peinetas llaman la atención no por los atuendos cañis, si no por las expresiones de sus rostros: los cruces de brazos, los mohines de sus bocas, las expresiones cerradas, duras de sus ojos y su seriedad. Mujeres cuyo único poder era el ser abanderadas de la moral. Mujeres con cántaros en la cabeza. Niños pelones descalzos en las puertas de sus casas desvencijadas, obradas con barro y palma, blanqueadas con cal. Procesiones y tradiciones marcadas por la iglesia donde lo común era peregrinar de rodillas en pago a alguna gracia obtenida. Era toda una España que vivía de rodillas. La sumisa, la creyente y temerosa no tanto de Dios como de las leyes y sus alargados brazos. Hombres de rodillas en procesiones, en peregrinajes. Mujeres arrodilladas en los reclinatorios, en las aceras laborando trabajos ya perdidos, modos de supervivencia en las zonas rurales que se han extinguido.

garcia rodero - nina peña - mujeres - de rodillas
De las fotos de Cristina García Rodero llama la atención su mirada silenciosa y a la vez critica. Haciendo de las personas el centro de la imagen vemos un modo de vida que parece mentira que fuera el nuestro no hace tanto tiempo. Nos remontamos sin querer, confundidos por el blanco y negro, a otros años todavía más oscuros. Las vestimentas de las mujeres engañan y sus actitudes todavía más. En las fotografías sientes la falta de poder propio. Las personas interactúan con el medio, viven, sienten, pero al mismo tiempo muestran una ausencia de empoderamiento personal que subraya el servilismo de toda una época, la cerrazón de las costumbres, la aceptación callada como forma de supervivencia social.garcia rodero - nina peña - mujeres

Las mujeres llaman la atención porque sus imágenes varían de modo más ostentoso. Mujeres con niños enganchados a sus pechos, con la cabeza tapada por pañuelos negros sobre los que portan cestos, atadillos de ropa, lecheras enormes, ataúdes, haces de leña y el peso de la moral vigente. Ante los ritos eclesiásticos mantienen la única forma posible de poder personal: las guardianas de la moral, los pilares básicos de la familia y mantenedoras de costumbres tradicionales. Los hombres se muestran menos orgullosos. No les hace falta. Su poder personal, aunque minimizado por la obediencia a la ley y a la iglesia, se mantiene por el mero hecho de ser hombres, quienes solo se arrodillan ante Dios.

garcia rodero - nina peña - penitente

Han pasado ochentaydos años desde que en la carta colectiva de los obispos españoles se diera legitimidad a una guerra y a un golpe de estado que nos sumió en casi medio siglo de dictadura. Estas fotos, a medio camino en el tiempo, nos muestran no solo el grado de adhesión del pueblo hacia la iglesia sino también el enorme calado popular del nacionalcatolicismo que se mostró como defensor de la tradición, de las costumbres españolas y el arraigo en el tiempo que este tuvo.
La carta que legitima esta forma de vida reza que tras los “continuos atropellos de los súbditos españoles en el orden religioso y social puso en gravísimo peligro la existencia misma del bien público y produjo enorme tensión en el espíritu del pueblo español… no había más recurso que el de la fuerza para sostener el orden y la paz; que poderes extraños a la autoridad tenida por legítima decidieron subvertir el orden constituido e implantar violentamente el comunismo; y, que por lógica fatal de los hechos no le quedaba a España más que esta alternativa: o sucumbir en la embestida definitiva del comunismo destructor… o intentar, en esfuerzo titánico de resistencia, librarse del terrible enemigo y salvar los principio fundamentales de su vida social y de sus características nacionales”. La Iglesia muestra su adhesión al levantamiento y lo legitima como única vía posible de supervivencia para sí misma y para los valores morales que defiende. Califica de enemigos de Dios y de la Patria a todos aquellos que no comulgan con su fe y hunde sus garras en dos términos distintos pero complementarios. El de salvar a España de una ruina definitiva y el de reducir a los enemigos de Dios, de la fe católica y de la práctica de la religión. Para ellos la justicia y la paz llegaba de las manos de los sublevados y no del libre ejercicio y del libre pensamiento que proclamó la República.

Cristina Garcia Rodero. Peregrinación. Agencia Magnum
Hay todo un proceso mental en el que los españoles asumen los ritos y la pompa eclesiástica como forma de vida y la unen a la grandeza de la patria. Los primeros años de la dictadura como método vital de supervivencia, luego como forma de no estar apartado socialmente y de vivir sin dilemas de conciencia, haciendo lo que todos consideraban correcto, siguiendo los cauces marcados. Años de Acción Católica, Opus Dei y Sección Femenina. Años de ver a Franco desfilando bajo palio rodeado de las más altas esferas religiosas, de tener como escudo una réplica adaptada a las circunstancias de lo que fue bandera de los Reyes Católicos. Años en los que para no ser tildado de fascista en Europa tras la II Guerra Mundial, el régimen tuvo que virar a la llamada Democracia Cristiana pese a mantener una dictadura. Lustros, décadas que no se borran de un plumazo y que cuentan con un arraigo brutal sobre todo en poblaciones rurales.

garcia rodero - nina peña

Hoy estas fotos nos hunden en una especie de vergüenza no exenta de frivolidad. Mantenemos una mirada antropológica para no reconocernos en ellas, para no ver que se siguen alargando aquellos brazos de la moral más férrea impuesta por ese nacionalcatolicismo que en el momento de hacer estas fotos ya estaba herido y agonizante. Seguimos viendo manifestaciones religiosas de alto voltaje en los noticiarios, seguimos viendo desfilar procesiones, romerías y aglomeraciones públicas, muestras de fervor popular y nos tranquilizamos con la teoría de la libertad de culto dentro de un país cuya Constitución dice ser laico. Nos escudamos con la libertad y miramos esas demostraciones de exaltación con pasividad y tolerancia, sin creernos que todavía exista tanta gente temerosa de Dios. Hay un rito festivo en todo ello que confunde la celebración de fiestas patronales tradicionales con las señas de modernismo alcohólico y taurino, de peñas y asociaciones, de mujeres que se visten con trajes tradicionales, mantilla y peineta por la mañana y que por la noche se sacuden la modorra corriéndose la fiesta del siglo. Hombres que pagan religiosamente las cuotas de socios de cualquier asociación cultural para tener la patente de corso necesaria con la que no perderse ni un día de fiesta. Algo legítimo, por supuesto.

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Hemos vestido de modernidad y de transgresión aquello que los abuelos de estas imágenes vestían de fiesta religiosa. Hemos avanzado sin memoria por el discurrir de los tiempos porque hay cosas que no queremos ver ni recordar. Cosas que mantienen a generaciones enteras sin saber la realidad de la que provienen porque nadie las ha contado. Hemos hecho una transición piadosa de las normas, una evolución social sin la profundidad necesaria porque partimos de la falta de memoria o peor, de una memoria selectiva. Hemos matado a Dios para ocupar nosotros su puesto y con él aquello que creemos que debe reinar sobre la voluntad y la moral humana. La costumbre tergiversada de modernidad y la tradición mutada en transgresión. Hemos matado al dios del nacionalcatolicismo para poner el su trono al capitalismo que compra voluntades, personas, que consume todo tipo de bienes y servicios, todo tipo de cosas que nos hagan creer que somos modernos, libres, que somos en efecto los reyes del mambo, que ya no somos aquella España en blanco y negro, inculta, hambrienta, tradicional que, sin embargo, Cristina nos muestra en sus fotos de no hace tanto tiempo.

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Defendemos ritos sangrientos y antiguos escudándonos en tradiciones y perpetuamos así la infamia de creernos los reyes de la creación cuando en realidad solo estamos en lo alto de una pirámide alimenticia. Seguimos desfilando en fiestas patrias, en procesiones y romerías. Seguimos marchando tras imágenes sagradas bañadas en oropeles y terciopelos, delante de bandas de música que tocan el himno nacional a la salida de los templos y circundadas por Guardia Civiles con tricornios que ahora solo usan en los uniformes de gala. Seguimos eligiendo año tras año a las reinas de las fiestas, mujeres objetos que obvian el hecho actual de que la mujer no necesita ser reina de nada por un día para brillar en sociedad. Seguimos cruzando ríos y saltando verjas para acunar imágenes de Vírgenes y santas. Nos hipotecamos para pagar bodas eclesiásticas, bautizos y comuniones.
Seguimos arrodillados, salvo que en otros altares.

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