Lorna Dee Cervantes

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Lorna Dee Cervantes es una destacada poeta chicana nacida el 6 de agosto de 1954 en San Francisco, California, Estados Unidos. Su obra ha contribuido significativamente a la literatura chicana y ha abordado temas como la identidad, la cultura, la política y la experiencia de la mujer.

Cervantes creció en San José, California, en un entorno bicultural, lo que influyó en su perspectiva y en su conexión con sus raíces culturales. Estudió en la Universidad de California, Santa Cruz, donde obtuvo su licenciatura en estudios latinos.

Su carrera como escritora se destacó con la publicación de su primer libro de poesía, «Emplumada», en 1981. Este trabajo fue aclamado por la crítica y se convirtió en una obra influyente dentro de la poesía chicana. En «Emplumada», Cervantes aborda la dualidad cultural y la experiencia de ser chicana en los Estados Unidos, explorando temas como la identidad, la familia y la discriminación.

A lo largo de su carrera, Lorna Dee Cervantes ha participado activamente en la promoción de la literatura chicana y ha abogado por la inclusión de las voces latinas en la escena literaria estadounidense. Su poesía se caracteriza por un lenguaje vibrante y una poderosa expresión de la experiencia chicana, así como por su habilidad para fusionar la forma poética con la conciencia política.

Además de «Emplumada», Cervantes ha publicado otros trabajos, como «From the Cables of Genocide: Poems on Love and Hunger» (1991) y «Drive: The First Quartet» (2006). Su obra ha sido incluida en numerosas antologías y ha recibido reconocimientos, consolidándola como una figura importante en la poesía chicana y la literatura estadounidense en general.

Lorna Dee Cervantes ha dejado un impacto duradero en la escena literaria, no solo por su habilidad poética, sino también por su dedicación a destacar las voces y las experiencias de la comunidad chicana en la rica diversidad cultural de los Estados Unidos.

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POEMA PARA EL JOVEN BLANCO 
QUE ME PREGUNTÓ CÓMO YO, UNA PERSONA INTELIGENTE 
Y LEÍDA, PODÍA CREER 
EN LA GUERRA ENTRE RAZAS

En mi país no hay diferencias.

Las políticas de opresión sembradas de alambre

han sido derribadas hace mucho. El único recuerdo

de batallas pasadas, sean ganadas o perdidas, es el leve

surcado de los fértiles campos.

En mi país

la gente escribe poemas de amor,

llenos de nada más que felices sílabas infantiles.

Todos leen cuentos rusos y lloran.

No hay fronteras.

No hay hambre, ni

graves hambrunas ni gula.

Yo no soy una revolucionaria.

Ni siquiera me gusta la poesía política.

¿Piensas que puedo creer en la guerra entre las razas?

Puedo negarla. Puedo olvidarla

cuando estoy segura

en mi propio continente de armonía

y amor, pero no vivo

ahí.

Creo en la revolución

porque en todas partes arden las cruces,

certeros pistoleros gamados esperan tras las esquinas,

francotiradores apuntan a las escuelas …

(Sé que no me crees.

Y que piensas que no es más

que exageración transitoria. Pero eso

es porque no te disparan a ti.)

Estoy marcada por el color de mi piel.

Las balas son discretas, diseñadas para matar lentamente.

Mis hijos son su objetivo.

Estos son los hechos.

Déjame mostrarte mis heridas: mi mente trabada, mis

disculpas constantes, y esta

agobiante preocupación

por sentir que no estoy a la altura.

Estas balas pueden más que la lógica.

El racismo no es una cuestión intelectual.

No puedo curar mis cicatrices con la razón.

Al otro lado de mi puerta

hay un enemigo real

que me odia.

Soy una poeta

que ansía bailar en los tejados,

susurrar delicados versos sobre la alegría

y la bendición de la comprensión humana.

Y lo intento. Vuelvo a mi país, a mi castillo de palabras, y

cierro la puerta, pero la máquina de escribir no apaga

los sonidos de la ira sorda y palpitante.

Mi cara sigue recibiendo golpes.

Cada día se me recuerda con insistencia

que este no es

mi país

y sí lo es.

No creo en la guerra entre razas

pero este país

está en guerra.

Cinco poemas de Gioconda belli

Invocación a la sonrisa

Dame la ternura desde el sueño,
dame ese cucurucho de sorbete que tenés en la
        sonrisa,
dame esa lenta caricia de tu mano.

Yo te daré pájaros
que cantarán tu nombre
desde lo más alto de los árboles.
Te daré piñas, zapotes, nísperos,
enredaré maizales en tu pelo.
Yo invocaré los dioses de nuestros antepasados
para que caigan tormentas,
para que miedosos y cogidos de la mano,
miremos la furia del rayo y del relámpago.
Yo tejeré ilusiones con ramitas y hierbas,
tocaré las rocas para que brote agua y nos bañemos,
yo haré poemas, cantos,
mi amor, cuando me hayas mirado,
cuando corra las cortinas del sueño,
cuando me coma el sorbete de tu sonrisa.

Y Dios me hizo mujer

Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos,
nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo que creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.

Nueva tesis feminista

¿Cómo decirte
hombre
que no te necesito?
No puedo cantar a la liberación femenina
si no te canto
y te invito a descubrir liberaciones conmigo.
No me gusta la gente que se engaña
diciendo que el amor no es necesario
-‘témeles, yo le tiemblo’
Hay tanto nuevo que aprender,
hermosos cavernícolas que rescatar,
nuevas maneras de amar que aun no hemos inventado.
A nombre propio declaro
que me gusta saberme mujer
frente a un hombre que se sabe hombre,
que sé de ciencia cierta
que el amor
es mejor que las multi-vitaminas,
que la pareja humana
es el principio inevitable de la vida,
que por eso no quiero jamás liberarme del hombre;
lo amo
con todas sus debilidades
y me gusta compartir con su terquedad
todo este ancho mundo
donde ambos nos somos imprescindibles.
No quiero que me acusen de mujer tradicional
pero pueden acusarme
tantas como cuantas veces quieran
de mujer.

Menopausia

No la conozco
pero, hasta ahora,
las mujeres del mundo la han sobrevivido.
Sería por estoicismo
o porque nadie les concediera entonces
el derecho a quejarse
que nuestras abuelas
llegaron a la vejez
mustias de cuerpo
pero fuertes de alma.
En cambio ahora
se escriben tratados
y, desde los treinta,
empieza el sufrimiento,
el presentimiento de la catástrofe.

El cuerpo es mucho más que las hormonas.
menopáusica o no,
una mujer sigue siendo una mujer;
mucho más que una fábrica de humores
o de óvulos.
Perder la regla no es perder la medida,
ni las facultades;
no es meterse cual caracol
en una concha
y echarse a morir.
Si hay depresión,
no será nada nuevo;
cada sangre menstrual ha traído lágrimas
y su dosis irracional de rabia.
No hay pues ninguna razón
para sentirse devaluada. 
Tirá los tampones,
las toallas sanitarias.
Hacé una hoguera con ellas en el patio de tu casa.
Desnúdate.
Bailá la danza ritual de la madurez.
Y sobreviví
como sobreviviremos todas. 

Soy llena de gozo

Soy llena de gozo,
llena de vida,
cargada de energías
como un animal joven y contento.
Imantada mi sangre con la naturaleza,
sintiendo el llamado del monte
para correr como venado desenfrenadamente,
sobando el aire,
o andar desnuda por las cañadas
untada de grama y flores machacadas
o de lodo,
que Dios y el Hombre me permitieran volver
a mi estado primitivo,
al salvajismo delicioso y puro,
sin malicia,
al barro, a la costilla,
al amor de la hoja de parra, del cuero,
del cordero astuto,
al instinto.

Políticamente incorrectas: cinco libros imprescindibles

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Mi vida en la carretera- Gloria Stein

En este libro, Gloria Stein, narra los descubrimientos, anécdotas y pensamientos políticos que ha ido adquiriendo a través de sus viajes. Así mismo se hace voz de aquellas que le han aportado distintas opiniones y que son la gente sencilla con la que ha ido encontrándose en sus rutas.

Un libro que lleva a la reflexión sobre la situación real de las mujeres, habitualmente invisibilizadas, y también reflexiones sobre el racismo y el colonialismo estadounidense.

Los monólogos de la vagina – Eve Ensler

Esta obra nacida para el teatro se ha convertido en imprescindible por su actualidad, dinamismo y desenfado.

Publicada en 1996 se ha llevado a escena en 120 países distintos y ha sido traducida a 45 idiomas. En los monólogos, que esta autora escribió tras entrevistar a más de 300 mujeres, se abordan temas como la sexualidad femenina, la violencia de género, las relaciones u otros temas que han sido tradicionalmente tabúes, como la menstruación, la masturbación, el orgasmo femenino o el cuerpo de la mujer.

Claves ecofeministas – Alicia H. Puleo

Alicia Puleo nos plantea las claves del ecofeminismo partiendo de la base de que ambos conceptos, ecología y feminismo, tienen una visión del mundo sin jerarquías y comparten la idea de que la sociedad necesita profundos cambios.

Esta corriente de pensamiento aúna el problema real de ecologismo como algo que puede y debe ser abordado desde la perspectiva feminista para lograr alcanzar la comprensión de la relación humana con la naturaleza.

El cuidado de la salud, del cuerpo, el consumo sostenible, la conciencia ecológica, el medio ambiente, el pensamiento crítico, y reivindicativo sobre las relaciones establecidas de forma tradicional por el patriarcado con puestas a examen de forma cada vez más necesaria y urgente.

El color púrpura- Alice Walker

El color púrpura es ya un clásico de la literatura feminista puesto que, de forma epistolar, la protagonista nos muestra de forma descarnada la realidad de la mujer en una época y lugar marcado por el patriarcado y el racismo.

Considerado imprescindible por lo que se ha denominado feminismo interseccional, Alice Walker hace un retrato exhaustivo de las relaciones entre hombres y mujeres, entre negros y blancos, entre el machismo y las tradiciones raciales. Nos habla de la maternidad, del amor lésbico, de la violencia de género… no se deja absolutamente ningún tema por tocar.

«¿Quién te has creído qué eres? me pregunta riendo. Tú no puedes maldecir a nadie. Mírate. Eres negra, eres pobre, eres fea, eres una mujer. Vamos. Que no eres nada»

El color púrpura. Alice Walker
El segundo sexo- Simone de Beauvoir

Este libro fue un rotundo éxito de ventas cuando se publicó y todavía hoy, casi ochenta años después, sigue siendo de lectura obligada.

En él la autora reflexiona sobre lo que es ser mujer para ella e investiga sobre la situación de la mujer a lo largo de la historia.

La teoría principal que desarrolla Beauvoir es aquella que nos habla de que o que solemos entender como mujer, la forma en que la sociedad nos define, es una construcción social. La mujer siempre ha sido definida con respecto a algo y, por tanto, hay que encontrar esa identidad propia y específica desde nuestros propios criterios.

Aunque la genética es algo inmutable, la sociabilización y la educación es lo que nos ha hecho asumir unos roles y cumplir con unos estereotipos concretos con los que la mujer debe romper para ser ella misma.

La famosa frase «No se nace mujer: llega una a serlo» nos habla del constructo social con el que la mujer ha tenido que definirse hasta ser capaz de escuchar su propia voz para redefinirse a sí misma.

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Victoria Sau

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Foto: Victoria Sau – La Vanguardia

Victoria Sau nació en 1930. Hija de una modista y de un comerciante barcelonés, estudió periodismo en la Escuela Oficial de Periodismo de Barcelona para poder dar rienda suelta a su vocación literaria.

Funcionaria, abandonó su trabajo al casarse, según obligaban las leyes franquistas de la época. Tras ello, comenzó a escribir novelas rosas bajo el pseudónimo de Vicki Lorca, cuentos de hadas y libros didácticos sobre tareas domésticas.

Pese a que pueda parecer lo contrario, Victoria Sau era una activista del feminismo de la época que tuvo que esperar a los años 70 para poder terminar sus estudios, obteniendo un doctorado en Psicología y una licenciatura en Historia Contemporánea.

En 1974 publicó su primera obra feminista: Manifiesto para la liberación de la mujer. Su obra de mayor influencia fue Diccionario ideológico feminista, en 1981.

En sus ensayos, Sau, se cuestiona las bases del patriarcado y crea unos nuevos fundamentos mucho más globales e innovadores. Se reconoce a sí misma como una mujer que ha vivido un exilio interior debido a la época en que tuvo que vivir, vacía de referentes feministas y en medio de una dictadura.

En sus trabajos nos habla del carácter histórico, político y cultural del concepto «ser mujer», de la interpretación patriarcal de la maternidad, de las representaciones del género en el lenguaje así como de  los mitos, el arte y su influencia en la imagen tradicional femenina.

 

«Cuando se publicó la primera edición del Diccionario ideológico feminista (Icaria 1981) mi intención era que fuese una herramienta para quienes resultaba necesario saber, conocer, un mínimo sobre ciertas palabras-concepto que las mujeres veníamos utilizando todos los días pero que estaban en situación flotante, dispersas en multitud de libros, artículos y escritos de toda clase, sin constituir nunca una unidad. En segundo lugar, había también la perspectiva ambiciosa de ir creando un corpus teórico feminista con dichas palabras-concepto, convencida de que una buena teoría requiere dicho corpus conceptual como punto de referencia. En la segunda edición del DIF (1990), ya añadí unas cuantas entradas, pero en el transcurso de estos últimos diez años se ha producido una importante evolución en la condición psicosociopolítica de las mujeres así como en el pensamiento feminista. Esta evolución creó la necesidad de definir nuevos conceptos. Y de ahí han surgido los términos de este segundo tomo». Fuente: http://singenerodedudas.com/blog/mujeres-precursoras-victoria-sau/

Obras sobre feminismo

  • Manifiesto para la liberación de la mujer (1974), Barcelona, Ed.29 y (1975), Barcelona, Ed. Bruguera
  • La mujer: matrimonio y esclavitud (1976), Gijón, Ed. Júcar
  • La suegra (1976), Barcelona, Ed. 29
  • Mujeres lesbianas (1979), Bilbao, Ed. Zero
  • Diccionario ideológico feminista (1981), (2000) Barcelona, Ed. Icaria
  • Ser mujer, el fin de una imagen tradicional (1986), Barcelona, Ed. Icaria
  • Aportaciones para una lógica del feminismo (1986), Barcelona, Ed. La Sal
  • Comportamiento psicológico de la mujer en relación con el ciclo menstrual y uno de sus más frecuentes malestares: el síndrome premenstrual(1989)
  • Otras lecciones de psicología (coautora), (1992)
  • El vacío de la maternidad: madre no hay más que ninguna (1995), (1996), (2004), Barcelona, Ed. Icaria
  • Psicología diferencial del sexo y el género (coautora) (1996), (2004), Barcelona, Ed. Icaria
  • Defensa de la mujer (1997), (1998), (1999), Barcelona, Ed. Icaria
  • Reflexiones feministas para Principios de siglo (2000) Madrid, Ed. Horas y Horas.
  • Diccionario ideológico feminista II (2001), Barcelona, Ed. Icaria
  • Repercusiones psicológicas de la exclusiones (2003), vol.34, n º 2, Universidad de Barcelona
  • Psicología diferencial del sexo y el género : fundamentos (coautora con María Jayme) (2004), (2009), (2010), (2011) Madrid, Ed. Pearson Alhambra
  • Un pensamiento transgresor (2006), Barcelona, Ed. Icaria
  • Segundas reflexiones feministas para el siglo XXI (2008), Madrid, Ed. Horas y Horas
  • Paternidades (2010), Barcelona, Ed. Icaria

Feminización de la pobreza

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Hablar de la vida laboral de las mujeres es hablar de precariedad, de jerarquía y de desigualdad de una forma histórica y estructural.
Han sido muchos los factores que dan lugar a este hecho: los aspectos simbólicos, los sociales, políticos y económicos han influido y condicionado siempre las circunstancias laborales de hombres y mujeres, pero especialmente las femeninas.
La división del trabajo en la sociedad occidental contemporánea es el resultado de un proceso en el que interactúan el patriarcado y el capitalismo y en el que la organización de la industria ayuda a mantener la subordinación de las mujeres incrementando la presencia en aéreas dominadas por los varones que, así mismo, fomentaron la segregación de los empleos, fortaleciendo el trabajo doméstico o el trabajo no remunerado de las mujeres.
Esto no afecta de la misma forma a todas las mujeres y tampoco logra prescindir de ellas totalmente. Por ejemplo las mujeres de los artesanos o de oficios agrupados en gremios ayudaban a los maridos sin percibir ningún salario y sin ser reconocidas como aprendices o artesanas.
Durante la I y II G.M. la mujer fue reclamada como fuerza de trabajo en las industrias. Durante la Revolución Industrial las mujeres de clase social más desfavorecidas fueron incorporadas a fábricas textiles, talleres o minas mientras en las clases altas sucedía todo lo contrario: el hecho de que la mujer no trabajara era considerado un símbolo del status y éxito de sus esposos. El hecho de que una mujer tuviera que ejercer de institutriz, cuidadora o acompañante de otras damas indicaba que su nivel social había empeorado y no tenía ni padre o marido que pudiera mantenerla o cuidarla, ya que eran mujeres que nunca habían pertenecido con anterioridad a la clase trabajadora.
Esta división del trabajo, eliminando a la mujer del trabajo productivo es una de las bases de la subordinación dada la falta de independencia económica que conlleva. La emancipación de la mujer irá ligada, por tanto, a su participación en el mercado de trabajo y a un cambio en la valoración de su producción y no solo a la valoración de la reproducción.
En los países industrializados la participación de la mujer ha crecido de forma importante. En 1950 solo trabajaban un 36.70% de mujeres de forma remunerada. En 1985 la tasa era de un 41%. En 2016 se sitúa en un 58% y la tasa europea se sitúa de media en un 65.3%.
Sin embargo, esta evolución responde a cambios en las estructuras sociales y la llamada “sociedad del bienestar”, que ha abierto el sector laboral a los servicios y cuidados, es decir, se ha profesionalizado todo aquello que las mujeres siempre hemos desarrollado en la labor doméstica. Por otro lado hay que destacar que en tiempos de crisis o en países en vías de desarrollo, siempre se produce cierto estancamiento, precarización o recesión en los trabajos a los que la mujer accede.
Este conjunto de características es lo que se ha dado en denominar feminización del trabajo.
No solo estamos trabajando en aquellos mismos trabajos que ya hacían nuestras abuelas aunque de forma profesional sino que, además, en el resto de sectores laborales, nuestro trabajo es más precario.
Esto se debe en gran medida a que el trabajo sigue condicionado a estereotipos y símbolos de género y es uno de los aspectos que más condicionan la discriminación salarial. En España existen 35 ramos de actividad económica y dos tercios de las mujeres trabajan en solo 5 de ellos: comercio, agricultura, servicios, educación y sanidad.
Dentro de esa diferencia se dan dos grados más de segregación.
SEGREGACIÓN HORIZONTAL, en la que se define de forma convencional las tareas propias de un género u otro y que están ideológicamente asociados a los trabajos que realizan las mujeres en el ámbito doméstico.
SEGREGACIÓN VERTICAL, que deja a las mujeres en la base de sus carreras profesionales y cuya promoción es mucho más lenta y laboriosa que la de sus compañeros, respondiendo a una jerarquía patriarcal en la que la mujer se ve relegada a puestos menos cualificados aunque tenga la misma cualificación que un hombre y, por tanto, a un salario más bajo.
El trabajo femenino en España es claramente discriminatorio, caracterizado por una mayor tasa de temporalidad y contratos a tiempo parcial, salarios medios inferiores y una asunción mucho mayor de las responsabilidades domésticas, así como a mayores plazos de tiempo retiradas del empleo y menores oportunidades de cualificación y promoción.
En 2016 el Centro de Estudios de Economía Aplicada presentó un informe en el que analizaba la situación del mercado laboral y decía que “pese a tener más formación y nivel académico, las mujeres sufren discriminación en materia de empleo, sueldo y posiciones de liderazgo”.
También en los grupos de edad mayores de 50 años las mujeres tienen un nivel educativo medio superior al de los hombres y esa brecha sigue aumentando a medida que se reduce la edad aunque no se refleja en la discriminación laboral puesto que sigue estando patente.
La mayoría de fuerza laboral femenina se concentra en aquellas ocupaciones que se relacionan con roles de género y en estereotipos asociados a la mujer. Además estas labores se menosprecian precisamente por ello. En cuanto un trabajo se feminiza, empeoran sistemáticamente sus condiciones laborales y su reconocimiento social, pero sobre todo, empeora su salario.
Esto, principalmente se da en el sector servicios: cocineras, camareras, camareras de piso, teleoperadoras, en el sector de cuidados: niñeras, trabajadoras domésticas, cuidadoras de ancianos etc.
También estos trabajos son más invisibles, como las trabajadoras domésticas que todavía hoy trabajan muchas veces sin contrato, sin horarios preestablecidos y sin derechos sociales. Si además son mujeres migrantes este dato se dispara porque la ley de extranjería las convierte en el colectivo más vulnerable y con más posibilidades de estar en el escalafón más bajo tanto social como laboralmente.
Muchas mujeres que realizan estos trabajos forman parte de lo que se denomina como trabajo vulnerable, que son aquellos que se realizan en empleos puntuales e independientes o en un trabajo familiar no remunerado. Por ejemplo, en el ámbito rural, de forma tradicional, la mujer ha carecido de contratos formales, condiciones adecuadas para realizar su trabajo y sin representación sindical. También son trabajos con frecuencia inadecuados, con baja productividad y condiciones de trabajo que a menudo vulneran los derechos de os trabajadores.
Según la Organización Internacional del Trabajo casi la mitad de la fuerza de trabajo global está en condiciones de trabajo vulnerable y de todo ese colectivo las mujeres están mucho más expuestas a tener este tipo de empleos, altamente relacionados con la pobreza, sobre todo en entornos más pobres, rurales o indígenas.

 

Charla ofrecida en la sede de la Uned de Villareal, 7 de noviembre 2019

Gerda Lerner: El origen del patriarcado

gerda lerner - nina peña - mujer

El patriarcado es una creación histórica elaborada por hombres y mujeres en un proceso que tardó casi 2.500 años en completarse. La primera forma del patriarcado apareció en el estado arcaico. La unidad básica de su organización era la familia patriarcal, que expresaba y generaba constantemente sus normas y valores. Hemos visto de qué manera tan profunda influyeron las definiciones del género en la formación del estado. Ahora demos un breve repaso de la forma en que se creó, definió e implantó el género.
Las funciones y la conducta que se consideraba que eran las apropiadas a cada sexo venían expresadas en los valores, las costumbres, las leyes y los papeles sociales. También se hallaban representadas, y esto es muy importante, en las principales metáforas que entraron a formar parte de la construcción cultural y el sistema explicativo.
La sexualidad de las mujeres, es decir, sus capacidades y servicios sexuales y reproductivos, se convirtió en una mercancía antes incluso de la creación de la civilización occidental. El desarrollo de la agricultura durante el periodo neolítico impulsó el «intercambio de mujeres» entre tribus, no sólo como una manera de evitar guerras incesantes mediante la consolidación de alianzas matrimoniales, sino también porque las sociedades con mas mujeres podían reproducir más niños. A diferencia de las necesidades económicas en las sociedades cazadoras y recolectoras, los agricultores podían emplear mano de obra infantil para incrementar la producción y estimular excedentes. El colectivo masculino tenía unos derechos sobre las mujeres que el colectivo femenino no tenía sobre los hombres. Las mismas mujeres se convirtieron en un recurso que los hombres adquirían igual que se adueñaban de las tierras. Las mujeres eran intercambiadas o compradas en matrimonio en provecho de su familia; más tarde se las conquistaría o compraría como esclavas, con lo que las prestaciones sexuales entrarían a formar parte de su trabajo y sus hijos serían propiedad de sus amos. En cualquier sociedad conocida los primeros esclavos fueron las mujeres de grupos conquistados, mientras que a los varones se les mataba. Sólo después que los hombres hubieran aprendido a esclavizar a las mujeres de grupos catalogados como extraños supieron cómo reducir a la esclavitud a los hombres de esos grupos y, posteriormente, a los subordinados de su propia sociedad.
De esta manera la esclavitud de las mujeres, que combina racismo y sexismo a la vez, precedió a la formación y a la opresión de clases. Las diferencias de clase estaban en sus comienzos expresadas y constituidas en función de las relaciones patriarcales. La clase no es una construcción aparte del género, sino que más bien la clase se expresa en términos de género.
Hacia el segundo milenio a.C. en las sociedades mesopotámicas las hijas de los pobres eran vendidas en matrimonio o para prostituirlas a fin de aumentar las posibilidades económicas de su familia. Las hijas de hombres acaudalados podían exigir un precio de la novia, que era pagado a su familia por la del novio, y que frecuentemente permitía a la familia de ella concertar matrimonios financieramente ventajosos a los hijos varones, lo que mejoraba la posición económica de la familia. Si un marido o un padre no podían devolver una deuda, podían dejar en fianza a su esposa e hijos que se convertían en esclavos por deudas del acreedor. Estas condiciones estaban tan firmemente establecidas hacia 1750 a.C. que la legislación hammurábica realizó una mejora decisiva en la suerte de los esclavos por deudas al limitar su prestación de servicios a tres años, mientras que hasta entonces había sido de por vida.
Los hombres se apropiaban del producto de ese valor de cambio dado a las mujeres: el precio de la novia, el precio de venta y los niños. Puede perfectamente ser la primera acumulación de propiedad privada. La reducción a la esclavitud de las mujeres de tribus conquistadas no sólo se convirtió en un símbolo de estatus para los nobles y los guerreros, sino que realmente permitía a los conquistadores adquirir riquezas tangibles gracias a la venta o el comercio del producto del trabajo de las esclavas y su producto reproductivo: niños en esclavitud.

portada - nina peña - libro
Claude Lévi-Strauss, a quien debemos el concepto de «el intercambio de mujeres», habla de la cosificación de las mujeres que se produjo a consecuencia de lo primero. Pero lo que se cosifica y lo que se convierte en una mercancía no son las mujeres. Lo que se trata así es su sexualidad y su capacidad reproductiva. La distinción es importante. Las mujeres nunca se convirtieron en «cosas« ni se las veía de esa manera.
Las mujeres, y no importa cuán explotadas o cuánto se haya abusado de ellas, conservaban su poder de actuación y de elección en el mismo grado, aunque más limitado, que los hombres de su grupo. Pero ellas, desde siempre y hasta nuestros días, tuvieron menos libertad que los hombres. Puesto que su sexualidad, uno de los aspectos de su cuerpo, estaba controlada por otros, las mujeres, además de estar en desventaja física, eran reprimidas psicológicamente de una manera muy especial. Para ellas, al igual que para los hombres de grupos subordinados y oprimidos, la historia consistió en la lucha por la emancipación y en la liberación de la situación de necesidad. Pero las mujeres lucharon contra otras formas de opresión y dominación distintas que las de los hombres, y su lucha, hasta la actualidad, ha quedado por detrás de ellos.
El primer papel social de las mujeres definido según el género fue ser las que eran intercambiadas en transacciones matrimoniales. El papel genérico anverso para los hombres fue el de ser los que hacían el intercambio o que definían sus términos. Otro papel femenino definido según el género fue el de esposa «suplente», que se creó e institucionalizó para las mujeres de la élite. Este papel les confería un poder y unos privilegios considerables pero dependía de que estuvieran unidas a hombres de la élite como mínimo, en que cuando les prestaran servicios sexuales y reproductivos lo hicieran de forma satisfactoria. Si una mujer no cumplía esto que se pedía de ella, era rápidamente sustituida, por lo que perdía todos sus privilegios y posición.
El papel de guerrero, definido según el género, hizo que los hombres lograran tener poder sobre los hombres y las mujeres de las tribus conquistadas. Estas conquistas motivadas por las guerras generalmente ocurrían con gentes que se distinguían de los vencedores por la raza, por la etnia o simplemente diferencias de tribu. En un principio, la «diferencia» como señal de distinción entre los conquistados y los conquistadores estaba basada en la primera diferencia clara observable, la existente entre sexos. Los hombres habían aprendido a vindicar y ejercer el poder sobre personas algo distintas a ellos con el intercambio primero de mujeres. Al hacerlo obtuvieron los conocimientos necesarios para elevar cualquier clase de «diferencia» a criterio de dominación.
Desde sus inicios en la esclavitud, la dominación de clases adoptó formas distintas en los hombres y las mujeres esclavizados: los hombres eran explotados principalmente como trabajadores; las mujeres fueron siempre explotadas como trabajadoras, como prestadoras de servicios sexuales y como reproductoras. Los testimonios históricos de cualquier sociedad esclavista nos aportan pruebas de esta generalización. Se puede observar la explotación sexual de las mujeres de clase inferior por hombres de la clase alta en la antigüedad, durante el feudalismo, en las familias burguesas de los siglos XIX y XX en Europa y en las complejas relaciones de sexo/raza entre las mujeres de los países colonizados y los colonizadores: es universal y penetra hasta lo más hondo. La explotación sexual es la verdadera marca de la explotación de clase en las mujeres.
En cualquier momento de la historia cada «clase» ha estado compuesta por otras dos clases distintas: los hombres y las mujeres. La posición de clase de las mujeres se consolida y tiene una realidad a través de sus relaciones sexuales. Siempre estuvo expresada por grados de falta de libertad en una escala que va desde la esclava, con cuyos servicios sexuales y reproductivos se comercia del mismo modo que con su persona; a la concubina esclava, cuya prestación sexual podía suponerle subir de estatus o el de sus hijos; y finalmente la esposa «libre», cuyos servicios sexuales y reproductivos a un hombre de la clase superior la ‘autorizaba’ a tener propiedades y derechos legales. Aunque cada uno de estos grupos tenga obligaciones y privilegios muy diferente en lo que respecta a la propiedad, la ley y los recursos económicos, comparten la falta de libertad que supone estar sexual y reproductivamente controladas por hombres.
Podemos expresar mejor la complejidad de los diferentes niveles de dependencia y libertad femeninos si comparamos a cada mujer con su hermano y pensamos en como difieren las vidas y oportunidades de una y otro.
Entre los hombres, la clase estaba y esta basada en su relación con los medios de producción: aquellos que poseían los medios de producción podían dominar a quienes no los poseían. Los propietarios de los medios de producción adquirían también la mercancía de cambio de los servicios sexuales femeninos, tanto de mujeres de su misma clase como de las de clases subordinadas. En la antigua Mesopotamia, en la antigüedad clásica y en las sociedades esclavistas, los hombres dominantes adquirían también, en concepto de propiedad, el producto de las capacidades reproductivas de las mujeres subordinadas: niños, que harían trabajar, con los que comerciarían, a los que casarían o venderían como esclavos, según viniera al caso. Respecto a las mujeres, la clase está mediatizada por sus lazos sexuales con un hombre. A través de un hombre las mujeres podían acceder o se les negaba el acceso a los medios de producción y los recursos. A través de su conducta sexual se produce su pertenencia a una clase. Las mujeres «respetables» pueden acceder a una clase gracias a sus padres y maridos, pero romper con las normas sexuales puede hacer que pierdan de repente la categoría social. La definición por género de «desviación» sexual distingue a una mujer como «no respetable», lo que de hecho la asigna al estatus más bajo posible. Las mujeres que no prestan servicios heterosexuales (como las solteras, las monjas o las lesbianas) están vinculadas a un hombre dominante de su familia de origen y a través de él pueden acceder a los recursos. O, de lo contrario, pierden su categoría social. En algunos períodos históricos, los conventos y otros enclaves para solteras crearon un cierto espacio de refugio en el cual esas mujeres podían actuar y conservar su respetabilidad. Pero la amplia mayoría de las mujeres solteras están, por definición, al margen y dependen de la protección de sus parientes varones. Es cierto en toda la historia hasta la mitad del siglo XX en el mundo occidental, y hoy día todavía lo es en muchos de los países subdesarrollados. El grupo de mujeres independientes y que se mantienen a sí mismas que existe en cada sociedad es muy pequeño y, por lo general, muy vulnerable a los desastres económicos.

 

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La opresión y la explotación económicas están tan basadas en dar un valor de mercancía a la sexualidad femenina y en la apropiación por parte de los hombres de la mano de obra de la mujer y su poder reproductivo, como en la adquisición directa de recursos y personas.
El estado arcaico del antiguo Próximo Oriente surgió en el segundo milenio a.C. de las dos raíces hermanas del dominio sexual de los hombres sobre las mujeres y de la explotación de unos hombres por otros. Desde su comienzo el estado arcaico estuvo organizado de tal manera que la dependencia del cabeza de familia del rey o de la burocracia estatal se veía compensada por la dominación que ejercía sobre su familia. Los cabezas de familia distribuían los recursos de la sociedad entre su familia de la misma manera que el estado les repartía a ellos los recursos de la sociedad. El control de los cabeza de familia sobre sus parientes femeninas y sus hijos menores era tan vital para la existencia del estado como el control del rey sobre sus soldados. Ello esta reflejado en las diversas recopilaciones jurídicas mesopotámicas, especialmente en el gran numero de leyes dedicadas a la regulación de la sexualidad femenina.
Desde el segundo milenio a.C. en adelante el control de la conducta sexual de los ciudadanos ha sido una de las grandes medidas de control social en cualquier sociedad estatal. A la inversa, dentro de la familia la dominación sexual recrea constantemente la jerarquía de clases. Independientemente de cual sea el sistema político o económico, el tipo de personalidad que puede funcionar en un sistema jerárquico está creado y nutrido en el seno de la familia patriarcal.
La familia patriarcal ha sido extraordinariamente flexible y ha variado según la época y los lugares. El patriarcado oriental incluía la poligamia y la reclusión de las mujeres en harenes. El patriarcado en la antigüedad clásica y en su evolución europea esta basado en la monogamia, pero en cualquiera de sus formas formaba parte del sistema el doble estándar sexual que iba en detrimento de la mujer. En los modernos estados industriales, como por ejemplo los Estados Unidos, las relaciones de propiedad en el interior de la familia se desarrollan dentro de una línea mas igualitaria que en aquellos donde el padre posee una autoridad absoluta y, sin embargo, las relaciones de poder económicas y sexuales dentro de la familia no cambian necesariamente. En algunos casos, las relaciones sexuales son mas igualitarias aunque las económicas sigan siendo patriarcales; en otros, se produce la tendencia inversa. En todos ellos, no obstante, estos cambios dentro de la familia no alteran el predominio masculino sobre la esfera pública, las instituciones y el gobierno.
La familia es el mero reflejo del orden imperante en el estado y educa a sus hijos para que lo sigan, con lo que crea y refuerza constantemente ese orden. Hay que señalar que cuando hablamos de las mejoras relativas en el estatus femenino dentro de una sociedad determinada, frecuentemente ello tan sólo significa que presenciamos unas mejoras de grado, ya que su situación les ofrece la oportunidad de ejercer cierta influencia sobre el sistema patriarcal. En aquellos lugares en que las mujeres cuentan relativamente con un mayor poder económico, pueden tener algún control más sobre sus vidas que en aquellas sociedades donde no lo tienen. Asimismo, la existencia de grupos femeninos, asociaciones o redes económicas sirve para incrementar la capacidad de las mujeres para contrarrestar los dictámenes de su sistema patriarcal concreto. Algunos antropólogos e historiadores han llamado «libertad» femenina a esta relativa mejora. Dicha denominación es ilusoria e injustificada. Las reformas y los cambios legales, aunque mejoren la condición de las mujeres y sean parte fundamental de su proceso de emancipación, no van cambiar de raíz el patriarcado. Hay que integrar estas reformas dentro de una vasta revolución cultural a in de transformar el patriarcado y abolirlo.
El sistema patriarcal solo puede funcionar gracias a la cooperación de las mujeres. Esta cooperación le viene avalada de varias maneras: la inculcación de los géneros; la privación de la enseñanza; la prohibición a las mujeres a que conozcan su propia historia; la división entre ellas al definir la «respetabilidad» y la «desviación» a partir de sus actividades sexuales; mediante la represión y la coerción total; por medio de la discriminación en el acceso a los recursos económicos y el poder político; y al recompensar con privilegios de clase a las mujeres que se conforman.
Durante casi cuatro mil años las mujeres han desarrollado sus vidas y han actuado a la sombra del patriarcado, concretamente de una forma de patriarcado que podría definirse mejor como dominación paternalista. El término describe la relación entre un grupo dominante, al que se considera superior, y un grupo subordinado, al que se considera inferior, en la que la dominación queda mitigada por las obligaciones mutuas y los deberes recíprocos. El dominado cambia sumisión por protección, trabajo no remunerado manutención. En la familia patriarcal, las responsabilidades y las obligaciones no están distribuidas por un igual entre aquellos a quienes se protege: la subordinación de los hijos varones a la dominación paterna es temporal; dura hasta que ellos mismos pasan a ser cabezas de familia. La subordinación de las hijas y de la esposa es para toda la vida. Las hijas únicamente podrán escapar a ella si se convierten en esposas bajo el dominio/la protección de otro hombre. La base del paternalismo es un contrato de intercambio no consignado por escrito: soporte económico y protección que da el varón a cambio de la subordinación en cualquier aspecto, los servicios sexuales y el trabajo doméstico no remunerado de la mujer. Con frecuencia la relación continúa, de hecho y por derecho, incluso cuando la parte masculina ha incumplido sus obligaciones.
Fue una elección racional por parte de las mujeres, en las condiciones de inexistencia de un poder público y de dependencia económica, el escoger protectores fuertes para si y sus hijos. Las mujeres siempre compartieron los privilegios clasistas de los hombres de la misma clase mientras se encontraran bajo la protección de alguno. Para aquellas que no pertenecían a la clase baja, el «acuerdo mutuo» funcionaba del siguiente modo: a cambio de vuestra subordinación sexual, económica, política e intelectual a los hombres, podréis compartir el poder con los de vuestra clase para explotar a los hombres y las mujeres de clase inferior. Dentro de una sociedad de clases es difícil que las personas que poseen cierto poder, por muy limitado y restringido que este sea, se vean a si mismas privadas de algo y subordinadas. Los privilegios clasistas y raciales sirven para minar la capacidad de las mujeres para sentirse parte de un colectivo con una coherencia, algo que en verdad no son, pues de entre todos los grupos oprimidos únicamente las mujeres están presentes en todos los estratos de la sociedad. La formación de una conciencia femenina colectiva debe desarrollarse por otras vías. Esta es la razón por la cual las formulaciones teóricas que han sido de ayuda a otros grupos oprimidos sean tan inadecuadas para explicar y conceptuar la subordinación de las mujeres.
Las mujeres han participado durante milenios en el proceso de su propia subordinación porque se las ha moldeado psicológicamente para que interioricen la idea de su propia inferioridad. La ignorancia de su misma historia de luchas y logros ha sido una de las principales formas de mantenerlas subordinadas. La estrecha conexión de las mujeres can las estructuras familiares hizo que cualquier intento de solidaridad femenina y cohesión de grupo resultara extremadamente problemático. Toda mujer estaba vinculada a los parientes masculinos de su familia de origen a través de unos lazos que conllevaban unas obligaciones específicas. Su adoctrinamiento, desde la primera infancia en adelante, subrayaba sus obligaciones no sólo de hacer una contribución económica a sus parientes y allegados, sino también de aceptar un compañero para casarse acorde con los intereses familiares. Otra manera de explicarlo es decir que el control sexual de la mujer estaba ligado a la protección paternalista y que, en las diferentes etapas de su vida, ella cambiaba de protectores masculinos sin superar nunca la etapa infantil de estar subordinada y protegida.
Las condiciones reales de su estatus de subordinación impulsaron a otras clases y a otros grupos oprimidos a crear una conciencia colectiva. El esclavo y la esclava podían trazar claramente una línea entre los intereses y los lazos con su familia y los ligámenes de servidumbre/protección que le vinculaban a su amo. En realidad, la protección de los padres esclavos de su familia frente al amo fue una de las causas más importantes de la resistencia esclavista. Por otro lado, las mujeres «libres» aprendieron pronto que sus parientes las expulsarían si alguna vez se rebelaban contra su dominio.
En las sociedades campesinas tradicionales se han registrado muchos casos en los que miembros femeninos de una familia toleraban o incluso participan en el castigo, las torturas, inclusive la muerte, de una joven que ha transgredido el «honor» familiar. En tiempos bíblicos, la comunidad entera se reunía para lapidar a la adultera hasta matarla. Prácticas similares prevalecieron en Sicilia, Grecia, Albania hasta entrado el siglo XX. Los padres y maridos de Bangladesh expulsaron a sus hijas y esposas que habían sido violadas por los soldados invasores, arrojándolas a la prostitución. Así pues, a menudo las mujeres se vieron forzadas a huir de un «protector» por otro, y su «libertad» frecuentemente se definía sólo por su habilidad para manipular a dichos protectores. El impedimento más importante al desarrollo de una conciencia colectiva entre las mujeres fue la carencia de una tradición que reafirmase su independencia y su autonomía en alguna época pasada. Por lo que nosotras sabemos, nunca ha existido una mujer o un grupo de mujeres que hayan vivido sin la protección masculina.
Nunca ha habido un grupo de personas como ellas que hubiera hecho algo importante por sí mismas. Las mujeres no tenían historia, eso se les dijo y eso creyeron. Por tanto, en última instancia, la hegemonía masculina dentro del sistema de símbolos fue lo que situó de forma decisiva a las mujeres en una posición desventajosa.
La hegemonía masculina en el sistema de símbolos adopto dos formas: la privación de educación a las mujeres y el monopolio masculino de las definiciones. Lo primero sucedió de forma inadvertida, más como una consecuencia de la dominación de clases y de la llegada al poder de las élites militares. Durante toda la historia han existido siempre vías de escape para las mujeres de las clases elitistas, cuyo acceso a la educación fue uno de los principales aspectos de sus privilegios de clase. Pero el dominio masculino de las definiciones ha sido deliberado y generalizado, y la existencia de unas mujeres muy instruidas y creativas apenas ha dejado huella después de cuatro mil años.
Hemos presenciado cómo los hombres se apropiaron y luego transformaron los principales símbolos de poder femeninos: el poder de la diosa-madre y el de las diosas de la fertilidad. Hemos visto que los hombres elaboraban teologías basadas en la metáfora irreal del poder de procreación masculino y que redefinieron la existencia femenina de una forma estricta y de dependencia sexual. Por último, hemos visto cómo las metáforas del género han representado al varón como la norma y a la mujer como la desviación; el varón como un ser completo y con poderes, la mujer como ser inacabado, mutilado y sin autonomía. Conforme a estas construcciones simbólicas, fijadas en la filosofía griega, las teologías judeocristianas y la tradición jurídica sobre las que se levanta la civilización occidental, los hombres han explicado el mundo con sus propios términos y han definido cuales eran las cuestiones de importancia para convertirse así en el centro del discurso.
Al hacer que el término «hombre» incluya el de «mujer» y de este modo se arrogue la representación de la humanidad, los hombres han dado origen en su pensamiento a un error conceptual de vastas proporciones. Al tomar la mitad por el todo, no sólo han perdido la esencia de lo que estaban describiendo, sino que lo han distorsionado de tal manera que no pueden verlo con corrección. Mientras los hombres creyeron que la tierra era plana no pudieron entender su realidad, su función y la verdadera relación con los otros cuerpos celestes. Mientras los hombres crean que sus experiencias, su punto de vista y sus ideas representan toda la experiencia y todo el pensamiento humanos, no sólo serán incapaces de definir correctamente lo abstracto, sino que no podrán ver la realidad tal y como es.
La falacia androcéntrica, elaborada en todas las construcciones mentales de la civilización occidental, no puede ser rectificada «añadiendo» simplemente a las mujeres. Para corregirla es necesaria una reestructuración radical del pensamiento y el análisis, que de una vez por todas acepte el hecho de que la humanidad esta formada hombres y mujeres a partes iguales, y que las experiencias, los pensamientos y las ideas de ambos sexos han de estar representados en cada una de las generalizaciones que se haga sobre los seres humanos.

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El desarrollo histórico ha creado hoy por primera vez las condiciones necesarias gracias a las cuales grandes grupos de mujeres, finalmente todas ellas, podrán emanciparse de la subordinación. Puesto que el pensamiento femenino ha estado aprisionado dentro de un marco patriarcal estrecho y erróneo, un prerrequisito necesario para cambiar es transformar la conciencia que las mujeres tenemos de nosotras mismas y de nuestro pensamiento.
Hemos iniciado este libro con una discusión de la importancia que tiene la historia en la concienciación y el bienestar psíquico humanos. La historia da sentido a la vida humana y conecta cada existencia con la inmortalidad; pero la historia tiene todavía otra función. Al conservar el pasado colectivo y reinterpretarlo para el presente, los seres humanos definen su potencial y exploran los limites de sus posibilidades.
Aprendemos del pasado no sólo lo que la gente que vivió antes que nosotros hizo, pensó y tuvo la intención de hacer, sino que también en qué se equivocaron y en qué fallaron. Desde los días de las listas de monarcas babilonios en adelante, el registro del pasado ha sido escrito e interpretado por hombres y se ha centrado principalmente en los actos, las acciones e intenciones de los varones. Con la aparición de la escritura, el conocimiento humano empezó a avanzar a grandes saltos y a un ritmo más rápido que antes. A pesar de que, como hemos observado, las mujeres habían participado en el mantenimiento de la tradición oral y las funciones religiosas y rituales durante el periodo preliterario hasta casi un milenio después, la privación de educación y su arrinconamiento de los símbolos tuvieron un profundo efecto en su futuro desarrollo.
La brecha existente entre la experiencia de aquellos que podían o podrían (en el caso de los hombres de clase inferior) participar en la creación del sistema de símbolos y aquellas que meramente actuaban pero que no interpretaban se fue haciendo cada vez más grande.
En su brillante obra El segundo sexo, Simone de Beauvoir se centraba en el producto histórico final de este desarrollo. Describía al hombre como un ser autónomo y trascendente, a la mujer como inmanente. Cuando explicaba «por que las mujeres carecen de medios concretos para organizarse y formar una unidad» en defensa de sus intereses, declaraba con llaneza: «Ellas [las mujeres] no tienen pasado, ni historia, ni religión que puedan llamar suyos». Beauvoir tiene razón cuando observa que las mujeres no han «trascendido», si por trascendencia se entiende la definición e interpretación del saber humano. Pero se equivoca al pensar que por tanto la mujer no ha tenido una historia. Dos décadas de estudios sobre Historia de las mujeres han rebatido esta falacia al sacar a la luz una interminable lista de fuentes y desenterrar e interpretar la historia oculta de las mujeres. Este proceso de crear una historia de las mujeres está todavía en marcha y tendrá que continuar así durante mucho tiempo. Sólo ahora empezamos a comprender lo que implica.
El mito de que las mujeres quedan al margen de la creación histórica y de la civilización ha influido profundamente en la psicología femenina y masculina. Ha hecho que los hombres se formaran una opinión parcial y completamente errónea de cual es su lugar dentro de la sociedad humana y el universo. A las mujeres, como se evidencia en el caso de Simone de Beauvoir, que seguramente es una de las más instruidas de su generación, les parecía que durante milenios la historia solo había ofrecido lecciones negativas y ningún precedente de un acto importante, una heroicidad o un ejemplo liberador. Lo más difícil de todo era la aparente ausencia de una tradición que reafirmara la independencia y la autonomía femeninas. Era como si nunca hubiera existido una mujer o grupo de mujeres que hubieran vivido sin la protección masculina. Es significativo que todos los ejemplos de lo contrario fueran expresados a través de mitos y fabulas: las amazonas, las asesinas de dragones, mujeres con poderes mágicos. Pero en la vida real las mujeres no tenían historia: eso se les dijo y así lo creyeron. Y como no tenían historia, no tenían alternativas para el futuro. En cierto sentido, se puede describir la lucha de clases como una lucha por el control de los sistemas simbólicos de una sociedad concreta.
El grupo oprimido, que comparte y participa en los principales símbolos controlados por los dominadores, desarrolla también sus propios símbolos. En la época de un cambio revolucionario esto se convierte en una fuerza importante para la creación de alternativas. Otra forma de decirlo es que sólo se pueden generar ideas revolucionarias cuando los oprimidos poseen una alternativa al sistema de símbolos y significados de aquellos que les dominan. De este modo, los esclavos que vivían en un medio controlado por los amos y que físicamente estaban sujetos a su total control, pudieron conservar su humanidad y a veces fijar límites al poder de un amo gracias a la posibilidad de asirse a su propia «cultura».
Dicha cultura la formaban los recuerdos colectivos, cuidadosamente mantenidos con vida, de una etapa previa de libertad y de alternativas a los ritos, símbolos y creencias de sus amos. Lo que resulta decisivo para el individuo era la posibilidad de que el o ella decidieran identificarse con un estado distinto al de esclavitud o subordinación. De esta manera, todos los varones, tanto si eran esclavos como si estaban económica o racialmente oprimidos, todavía podían identificarse con aquellos -otros varones- que mostraban cualidades trascendentes, aunque pertenecieran al sistema simbólico del amo. No importa cuanto se les hubiera degradado, todo esclavo campesino eran iguales al amo en su relación con Dios. No era así en el caso de las mujeres. Todo lo contrario; en la civilización occidental y hasta la Reforma protestante, ninguna mujer, y no importan su posición elevada ni sus privilegios, podía sentir que reforzaba y confirmaba su humanidad imaginándose a personas como ella -otras mujeres- en puestos con autoridad intelectual en relación directa con Dios.
Allí donde no existe un precedente no se pueden concebir alternativas a las condiciones existentes. Es esta característica de la hegemonía masculina lo, que ha resultado más perjudicial a las mujeres y ha asegurado su estatus de subordinación durante milenios. La negación a las mujeres de su propia historia ha reforzado que aceptasen la ideología del patriarcado y ha minado el sentimiento de autoestima de cada mujer. La versión masculina de la historia, legitimada en concepto de «verdad universal», las ha presentado al margen de la civilización y como victimas del proceso histórico. Verse presentada de esta manera y creérselo es casi peor que ser del todo olvidada. La imagen es completamente falsa por ambas partes, como ahora sabemos, pero el paso de las mujeres por la historia ha estado marcado por su lucha en contra de esta distorsión mutiladora.
Por otra parte, durante más de 2.500 años, las mujeres se han encontrado en una situación de desventaja educativa y se las ha privado de las condiciones para crear un pensamiento abstracto. Obviamente, esto no depende del sexo; la capacidad de pensar es inherente a la humanidad: puede alimentársela o desanimarla, pero no se la puede reprimir. Esto es cierto, sin duda alguna, en lo que respecta al pensamiento que genera la vida diaria y relacionado con ella, el
nivel de pensamiento en el que la mayoría de hombres y mujeres se mueven toda la vida. Pero la generación de un pensamiento abstracto y de nuevos modelos conceptuales -la formación de teorías- es otra cuestión.
Esta actividad depende de que el pensador haya sido educado en lo mejor de las tradiciones existentes y de que le acepten un grupo de personas instruidas que, con sus críticas y el intercambio de ideas, le darán un «espaldarazo cultural». Depende de disponer de tiempo para uno. Por ultimo, depende de que el pensador en cuestión sea capaz de absorber esos conocimientos y dar luego el salto creativo a un nuevo orden de ideas. Las mujeres, históricamente, no se han podido valer de ninguno de estos prerrequisitos necesarios. La discriminación en la enseñanza les ha impedido acceder a todos estos conocimientos; el «espaldarazo cultural», institucionalizado en las cotas más altas de los sistemas religioso y académico, no estaba a su alcance. De manera universal, las mujeres de cualquier clase han dispuesto siempre de menos tiempo libre que los hombres y, debido a que tienen que criar a sus hijos además de sus funciones de atender a la familia, el tiempo libre que tenían por lo general no era para ellas. El tiempo que necesitan los pensadores para sus trabajos y sus horas de estudio ha sido respetado como algo privado desde los inicios de la filosofía griega. Igual que los esclavos de Aristóteles, las mujeres, «que con sus cuerpos atienden a las necesidades vitales», han sufrido durante más de 2.500 años las desventajas de un tiempo fraccionado, constantemente interrumpido. Por último, el tipo de formación del carácter que hace que una mente sea capaz de dar nuevas conexiones y modelar un nuevo orden de abstracciones ha sido exactamente el contrario al que se exigía de las mujeres, educadas para aceptar su posición subordinada y destinadas a prestar servicios dentro de la sociedad.
No obstante, siempre ha existido una pequeña minoría de mujeres privilegiadas, por lo general pertenecientes a la élite dirigente, que han tenido acceso al mismo tipo de educación que sus hermanos. De entre sus filas han salido las intelectuales, las pensadoras, las escritoras, las artistas. Son ellas quienes en toda la historia nos han podido dar una perspectiva femenina, una alternativa al pensamiento androcéntrico. Han pagado un precio muy alto por ello y lo han hecho con enormes dificultades. Estas mujeres, que fueron admitidas en el centro de la actividad intelectual de su época y en especial de los últimos cien años, han tenido antes que aprender «a pensar como hombres». Durante el proceso, muchas de ellas asumieron tanto esa enseñanza que perdieron la capacidad de concebir alternativas. La manera para pensar en abstracto es definir con exactitud, crear modelos mentales y generalizar a partir de ellos. Ese pensamiento, nos han enseñado los hombres, ha de partir de la eliminación de los sentimientos. Las mujeres, igual que los pobres, los subordinados, los marginados, tienen un profundo conocimiento de la ambigüedad, de sentimientos mezclados con ideas, de juicios de valor que colorean las abstracciones. Las mujeres han experimentado desde siempre la realidad del individuo y la comunidad, la han conocido y la han compartido. Sin embargo, al vivir en un mundo en el que no se las valora, su experiencia arrostra el estigma de carecer de importancia. Por consiguiente, han aprendido a dudar de sus experiencias y a devaluarlas. ¿Qué sabiduría hay en la menstruación? ¿Qué fuente de saber en unos pechos llenos de leche? ¿Qué alimento para la abstracción en la rutina de cocinar y limpiar? El pensamiento patriarcal ha relegado estas experiencias definidas por el género al reino de lo «natural», de lo intrascendente.
El conocimiento femenino es mera intuición, la conversación entre mujeres, «cotilleo». Las mujeres se ocupan de lo perpetuamente concreto: experimentan la realidad día a día, hora a hora, en sus funciones de servicios a otros (preparando la comida y quitando la suciedad); en su tiempo continuamente interrumpido; en su atención dividida. ¿Puede alguien generalizar cuando lo concreto le está tirando de la manga? El es quien fabrica símbolos y explica el mundo y ella quien cuida de las necesidades físicas y vitales de él y sus hijos: el abismo que media entre ambos es enorme.
Históricamente, las pensadoras han tenido que escoger entre vivir una existencia de mujer, con sus alegrías, cotidianeidad e inmediatez, y vivir una existencia de hombre para así poder dedicarse a pensar. Durante generaciones esta elección ha sido cruel y muy costosa. Otras han optado deliberadamente por una existencia fuera del sistema sexo-género, viviendo solas o con otras mujeres. Muchos de los avances más importantes dentro del pensamiento femenino nos los dieron esas mujeres cuya lucha personal por un modo de vida alternativo les sirvió de inspiración para sus ideas. Pero esas mujeres, durante la mayor parte de la época histórica, se han visto obligadas a vivir al margen de la sociedad; se las consideraba «desviaciones» y por ello se hacia difícil generalizar a partir de sus experiencias y lograr influencia y aprobación. ¿Por qué no ha habido mujeres creadoras de sistemas? Porque no se puede pensar en lo universal cuando ya se está excluida de lo genérico.
Nunca se ha reconocido el costo social de la exclusión femenina de la empresa de crear el pensamiento abstracto. Podemos empezar a calcular lo que ha supuesto a las pensadoras si damos el nombre exacto a lo que se nos ha hecho y describimos, no importa lo doloroso que resulte, cómo hemos participado en dicha empresa. Hace tiempo que sabemos que la violación ha sido una forma de aterrorizarnos y mantenernos sujetas. Ahora sabemos también que hemos participado, aunque fuera inconscientemente, en la violación de nuestras mentes.
Las mujeres creativas, las escritoras y las artistas, han luchado asimismo contra una realidad distorsionada. Un canon literario que se defina a partir de la Biblia, los clásicos griegos y Milton, ocultará necesariamente la importancia y el significado de los trabajos literarios femeninos, del mismo modo que los historiadores hicieron desaparecer las actividades de las mujeres. El esfuerzo por resucitar este significado y revalorar la obra literaria y la poesía feministas nos han adentrado en la lectura de una literatura femenina que muestra una visión del mundo oculta, deliberadamente tendenciosa y sin embargo intensa. Gracias a las reinterpretaciones que han realizado las críticas literarias feministas estamos descubriendo entre las escritoras de los siglos XVIII y XIX un lenguaje femenino repleto de metáforas, símbolos y mitos. Los temas son a menudo profundamente subversivos ante la tradición masculina. Presentan críticas interpretación bíblica de la caída de Adán; un rechazo a la dicotomía diosa/bruja; una proyección o miedo ante la división de la personalidad. El aspecto intenso de la creatividad masculina queda simbolizado en las heroínas dotadas con poderes mágicos de bondad o en mujeres fuertes a las que se destierra en sótanos o a vivir como «la loca del ático».
Otras autoras escriben metáforas en las que se concede un alto valor al diminuto espacio domestico, convirtiéndolo en un símbolo del mundo. Durante siglos encontramos en las obras literarias femeninas una búsqueda patética, casi desesperada, de una Historia de las mujeres mucho antes de que existieran esos estudios. Las escritoras decimonónicas leían con avidez los trabajos de las novelistas del siglo XVIII; releían una y otra vez las «vidas» de reinas, abadesas, poetisas, mujeres instruidas. Las primeras «compiladoras» indagaban en la Biblia y en todas las fuentes históricas a las que tenían acceso para crear tomos voluminosos repletos de heroínas femeninas.
Las voces literarias femeninas, que el sistema masculino dominante marginó y trivializó con éxito, sobrevivieron a pesar de todo. Las voces de mujeres anónimas estaban presentes, como una corriente sólida, en la tradición oral, las canciones populares y las canciones infantiles, en los cuentos que hablan de brujas poderosas y hadas buenas. A través del punto, el bordado y el tejido de colchas la creatividad artística femenina expreso una visión alternativa en las cartas, diarios, oraciones y canciones latía y pervivía la fuerza de la creatividad femenina para generar símbolos. Todo este trabajo será el tema de nuestra investigación en el próximo volumen.
Cómo se las arreglaron las mujeres para sobrevivir bajo la hegemonía cultural masculina; qué efecto e influencia tuvieron sobre el sistema de símbolos patriarcal; cómo y en qué condiciones lograron crear una visión alternativa, feminista, del mundo. Estas son las cuestiones que examinaremos para seguir los derroteros del surgimiento de la conciencia feminista como un fenómeno histórico.
Las mujeres y los hombres han ingresado en el proceso histórico en ocasiones diferentes y han pasado por el a un ritmo distinto. Si el registro, la definición y la interpretación del pasado señalan la entrada del hombre en la historia, ello ocurrió en el tercer milenio a.C. En el caso de las mujeres (y sólo de algunas) sucedió, salvo notables excepciones, en el siglo XIX. Hasta entonces toda la Historia era para las mujeres prehistoria.
La falta de conocimientos que tenemos de nuestra propia historia de luchas y logros ha sido una de las principales maneras de mantenernos subordinadas. Pero incluso a aquellas de nosotras que nos consideramos pensadoras feministas y que estamos inmersas en el proceso de criticar las ideas tradicionales, nos refrenan todavía los impedimentos cuya existencia no admitimos y que están en el fondo de nuestra psique.

 

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La nueva mujer afronta el reto de su definición de individuo.
¿Cómo puede su osado pensamiento -que da un nombre a lo que hasta hace poco era innombrable, que pregunta cuestiones que todas las autoridades catalogan de «inexistentes»-, cómo puede ese pensamiento coexistir con su vida como mujer? Cuando sale de las construcciones patriarcales afronta, como señaló Mary Daly, la «nada existencial». Y, de un modo más inmediato, ella teme la amenaza de una pérdida de comunicación, de la aprobación y del amor del hombre (o los hombres) de su vida. La renuncia al amor y catalogar de «pervertidas» a las pensadoras han sido, históricamente, los medios de desalentar el trabajo intelectual de las mujeres.
En el pasado y en el presente muchas mujeres nuevas han recurrido a otras como objeto de su amor y reforzadoras de la personalidad. Las feministas heterosexuales de cualquier época han sacado fuerzas de su amistad con mujeres, de su celibato voluntario o de la separación entre amor y sexo. Ningún pensador varón se ha visto amenazado en su persona y en su vida amorosa como precio a sus ideas. No deberíamos subestimar la importancia de este aspecto del control del género como una fuerza que impide a las mujeres participar de pleno en el proceso de creación de sistemas de pensamiento. Afortunadamente para esta generación de mujeres instruidas, la liberación ha supuesto la ruptura con ese dominio emocional y el refuerzo consciente de nuestras personalidades gracias al apoyo de otras mujeres.
Tampoco es este el fin de nuestras dificultades. Acorde con nuestros condicionamientos de género históricos, las mujeres han aspirado a agradar y han evitado por todos los medios la desaprobación. No es la preparación idónea para dar ese salto a lo desconocido que se exige a quienes elaboran sistemas nuevos. Por otra parte, cualquier mujer nueva ha sido educada dentro del pensamiento patriarcal.
Todas tenemos al menos un gran hombre en nuestra cabeza. La falta de conocimientos del pasado de las mujeres nos ha privado de heroínas femeninas, una situación que sólo recientemente ha empezado a corregirse con el desarrollo de la Historia de las mujeres. Por tanto, y durante largo tiempo, las pensadoras han renovado sistemas ideológicos creados por los hombres, entablando dialogo con las grandes mentes masculinas que ocupan sus cabezas. Elizabeth Cady Stanton lo hizo con la Biblia, los padres de la Iglesia; los fundadores de la república norteamericana; Kate Millet debatió con Freud, Norman Mailer y el mundo literario liberal; Simone De Beauvoir, con Sartre, Marx y Camus; todas las feministas marxistas dialogan con Marx y Engels y algo también con Freud. En este diálogo la mujer simplemente procura aceptar cualquier cosa que le sea útil del gran sistema del varón. Pero en estos sistemas la mujer -como concepto, entidad colectiva, individuo- esta marginada o se la incluye en ellos.
Al aceptar este diálogo, las pensadoras permanecen más tiempo del debido en los territorios o el planteamiento de cuestiones definidas por los «grandes hombres». Y durante todo el tiempo en que lo hacen se secan las fuentes de nuevas ideas. El pensamiento revolucionario ha estado siempre basado en conceder un valor más alto a la experiencia de los oprimidos. El campesino tuvo que aprender a creerse la importancia de su experiencia laboral antes de que pudiera atreverse a desafiar a los señores feudales. El obrero industrial ha tenido que llegar a una «conciencia de clase» y los negros a una «conciencia racial» antes que la liberación pudiera concretarse en una teoría revolucionaria. Los oprimidos han creado y aprendido al mismo tiempo: el proceso de llegar a ser una persona o un grupo recién concienciado es en sí liberador. Lo mismo con las mujeres.
El cambio de conciencia que hemos de hacer nosotras se produce en dos pasos: hemos de poner en el centro, al menos por un tiempo, a las mujeres. Hemos de aparcar, en la medida de lo posible, el pensamiento patriarcal. Centrarse en las mujeres significa: al preguntar si las mujeres están en el centro de este argumento, ¿cómo lo definiríamos? Significa ignorar cualquier testimonio de marginación femenina porque, incluso cuando parece que las mujeres se hallan al margen, es consecuencia de la intervención del patriarcado; y por lo general también eso es mera apariencia. La asunción básica debería ser que es inconcebible que haya ocurrido algo en el mundo sin que las mujeres no estuvieran implicadas, a menos que por medio de la coerción o de la represión se les hubiera impedido expresamente participar.
Cuando se usen los métodos y los conceptos de los sistemas de pensamiento tradicionales, habrá que hacerlo desde el punto de vista de la centralidad de las mujeres. No se las puede colocar en los espacios vacíos del pensamiento y los sistemas patriarcales: al situarse en el centro transforman el sistema. Aparcar el sistema patriarcal significa: mostrarse escépticas ante cualquier sistema de pensamiento conocido; ser críticas ante cualquier supuesto, valor de orden y definición.
Verificar una aseveración fiándonos de nuestra propia experiencia femenina. Puesto que habitualmente se ha trivializado o hecho caso omiso de esa experiencia, significa superar la inculcada resistencia que hay en nosotras a aceptar nuestra valía y la validez de nuestros conocimientos. Significa desembarazarse del gran hombre que hay en nuestra cabeza y sustituirle por nosotras mismas, por nuestras hermanas, por nuestras anónimas antepasadas. Mostrarse críticas ante nuestro propio pensamiento que, después de todo, es un pensamiento formado dentro de la tradición patriarcal.

 

 

Por último, significa buscar el coraje intelectual, el coraje para estar solas, el coraje para ir más allá de nuestra comprensión; el coraje para arriesgarse a fracasar. Puede que el mayor desafío para las pensadoras sea el de pasar del deseo de seguridad y aprobación a la cualidad «menos femenina» de todas: la arrogancia intelectual, el supremo orgullo que da derecho a reordenar el mundo. El orgullo de los creadores de Dios, el orgullo de los que levantaron el sistema masculino.
El sistema del patriarcado es una costumbre histórica; tuvo un comienzo y tendrá un final. Parece que su época ya toca fin; ya no es útil ni a hombres, ni a mujeres y con su vínculo inseparable con el militarismo, la jerarquía y el racismo, amenaza la existencia de vida sobre la tierra.
Qué es lo que le seguirá, qué tipo de estructura será la base a formas alternativas de organización social, todavía no lo podemos saber. Vivimos en una época de cambios sin precedentes. Estamos en el proceso de llegar a ser. Pero ahora al menos sabemos que la mente de la mujer, al fin libre de trabas después de tantos milenios, participará en dar una visión, un orden, soluciones. Las mujeres por fin están exigiendo, como lo hicieran los hombres en el Renacimiento, el derecho a explicar, el derecho a definir.
Las mujeres, cuando piensan fuera del patriarcado, añaden ideas que transforman el proceso de redefinición. Mientras que tanto hombres como mujeres consideren “natural” la subordinación de la mitad de la raza humana a la otra mitad, será imposible visionar una sociedad en la que las diferencias no connoten dominación o subordinación. La crítica feminista del edificio de conocimientos patriarcales está sentando las bases para un análisis correcto de la realidad, en el que al menos pueda distinguirse entre el todo y la parte.
La Historia de la mujeres, la herramienta imprescindible para crear una conciencia feminista entre las mujeres, está proporcionando el corpus de experiencias con el cual pueda verificarse una nueva teoría, y la base sobre la que se puede apoyar la visión femenina. Una visión feminista del mundo permitirá que mujeres y hombres liberen sus mentes del pensamiento patriarcal y finalmente construyan un mundo libre de dominaciones y jerarquías, un mundo que sea verdaderamente humano.
Fuente: “La creación del patriarcado”, capítulo 11, Gerda Lerner, Crítica

https://www.culturamas.es/blog/2018/01/10/gerda-lerner-el-origen-del-patriarcado/

 

Discurso íntegro Escuela Feminista Rosario de Acuña – Anna Prats

Impecable y necesario discurso de Anna Prats. Lo comparto para poder tenerlo como referente y seguir aprendiendo.

Dworkinista

Buenas tardes,

Estoy muy agradecida a Amelia Valcárcel y a toda la organización por estas jornadas, tan relevantes e imprescindibles en los tiempos que corren. Creo que todas las feministas, seamos de la corriente que seamos, tenemos que pararnos un momento y empezar a confrontar ideas, dejar atrás los vetos y los intentos de veto y empezar a practicar la libertad de expresión. Es inaceptable que muchas mujeres tengamos o hayamos tenido miedo de hablar o de decir una simple frase como “la raíz de la opresión de las mujeres es haber nacido con vulva, motivo por el cual se nos impone un sistema de opresión llamado género o roles sexuales basado en el sexo”.

Decir una frase tan básica de la
teoría feminista radical, ya desarrollada desde El Segundo Sexo (y no EL
SEGUNDO GÉNERO) de Beauvoir, es hoy en día firmar tu muerte civil, laboral y
política (y…

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PORQUÉ VOY A VOTAR A INICIATIVA FEMINISTA EN LAS EUROPEAS.

nina peña  - iniciativa feministanina

– Porque el feminismo esta basado en la defensa de los Derechos Humanos, algo que atañe al 100% de la humanidad sin ningún tipo de sesgo.
– Porque la mirada de las mujeres, que siempre hemos cuidado de la vida, es imprescindible para desarrollar una política más humana en todas sus facetas.
– Porque es necesario que prime la educación, la investigación, la sanidad publica universal y gratuita.
– Porque los derechos de las mujeres y las niñas deben defenderse siempre y sin negociaciones, por ello, soy abolicionista de la prostitución y anti vientres de alquiler.
– Porque creo en una política más humana, de diálogo, negociación e integridad, lejos de los modelos políticos corruptos, caducos y rígidos.
– Porque los hombres no deben promulgar leyes sobre las mujeres, sobre nuestro cuerpo y sobre aspectos de nuestra vida que desconocen por completo.
– Porque INICIATIVA FEMINISTA es una candidatura europea formada por mujeres de doce países desde donde se quieren aportar los valores femeninos a una Europa cada vez mas neoliberal e inhumana.
– Porque el feminismo no es un arma arrojadiza de partidos en campaña ni una moda, es una forma de vida y de entender el mundo basada en la igualdad y en los Derechos Humanos.
http://iniciativafeminista.es/programa-electoral-ue-2019/

Maternidad

 

ana lamelas - nina peña - embarazo - cuerpo
Pintura de Ana Lamelas. Embarazo

El estereotipo es la percepción exagerada y al mismo tiempo simple que se tiene de una persona o de un grupo de personas que comparten características comunes. Representar a alguien por medio de un estereotipo manifiesta cierta dosis de desprecio y está íntimamente ligado a los prejuicios, lo que finalmente puede desencadenar la discriminación.

Los estereotipos femeninos suelen ajustarse a cánones de belleza o a roles concretos de género. Hay todo un imaginario que hace que las mujeres seamos en general más sensibles, cálidas, dependientes, sumisas, pasivas, inclinadas a la ternura y a lo doméstico. También podemos ser pérfidas, malvadas u objetos de deseo. Al responder a una imagen mental, a menudo colectiva, esta imagen puede verse representada en el mundo del arte bien como arquetipos, como personajes o como modelos de conducta.

Las mujeres a lo largo de la historia hemos cumplido el rol de ser cortesanas, vírgenes, princesas, madres, santas, putas… en un mundo donde la mujer ha tenido denegado el acceso durante siglos, ese imaginario está compuesto principalmente por el hombre, quien desde su mirada o desde sus experiencias personales o sus creencias políticas, religiosas o sociales, nos ha descrito como ha creído oportuno.

El hombre al describir a la mujer y sus funciones sociales o biológicas, no tiene en cuenta los sentimientos ni las vivencias de la mujer, si no las suyas. A menudo trata de explicar el mundo femenino desde una perspectiva que no se ajusta a la realidad y que está llena de los prejuicios adquiridos a través de los estereotipos que se arrastran desde la antigüedad.

amanda greavette - nina peña - parto - mujer e hijo
Pintura de Amanda Greavette. Parto

Falta la mirada femenina en el arte. Falta la mirada que solo nosotras podemos entender. Desembarazándonos de esos estereotipos, que muchas mujeres también tienen asumidos, podemos completar el mapa de las emociones, de las vivencias y de las experiencias desde la voz y la mirada propia y transformar de realidad el mundo del arte, tantísimas veces lleno de mujeres utilizadas, explicadas desde la alteridad y el desconocimiento.

Hoy es el día de la madre. El estereotipo más al uso porque es el lugar común de todos. Sin embargo la mirada de la maternidad no siempre es esa muestra de amor incondicional con la que se representa. Ha hecho falta que sean las mujeres las que representen el miedo, el dolor, la angustia que puede suponer ser madre. Hace falta que sean las mujeres las que reivindiquen su feminidad, su derecho a ser personas y seres humanos además de madres y que la maternidad no sea el fin, en sí mismo, de la vida de cualquier mujer. Hace falta que la maternidad deje de estar idealizada y pase al lugar que le corresponde, porque aunque ser madre sea una experiencia vital que nos marca para siempre y aunque los hijos sean para las madres lo más grande, también tiene una carga mental de la que no se habla y de la que muchas mujeres se sienten culpables.

Hace falta la mirada femenina para ver la realidad de nuestros propios procesos vitales y la reivindicación del dolor, el miedo y de la angustia como parte fundamental del sentimiento de amor que nos une a los hijos.

montserrat gaudiol - nina peña - pintura - madre e hijo
Pintura de Montserrat Gaudiol titulada «Madre e hijo»

Musas: la mujer silenciada.

 

picasso - nina peña - pintorLas musas son unas divinidades griegas que protegían las artes y las ciencias. El término ha seguido actualizándose hasta el punto de que cualquier inspiración que pueda sentir un artista y que favorezca la creación o la composición de una obra parece provenir de ese ser mágico y mitológico. Cuando estamos con la mano rota decimos que nos han abandonado las musas; así de coloquial es el término. Pero además de ese concepto popular hay otro mucho más terrenal, y es el concepto de la mujer como inspiración, como musa de un pintor, un escultor, un escritor…

Su nombre es Dulcinea… su hermosura sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los Imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a las damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos de cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve.
Miguel de Cervantes, Don Quijote, 1,13

 

Puede ser que para muchos una musa sea el principio, el hilo que tomamos con dos dedos y del cual tiramos para desembrollar la madeja del pensamiento. Desde la creación más sentimental y puestos a que casi todas las creaciones tengan como punto de partida la emocionalidad de una forma u otra, hasta las mujeres al escribir podemos tener una musa que nos inspire, sin embargo, este personaje dista mucho de ser ideal e incorpóreo  cuando es el inspirador  en la obra de muchos hombres. Desde Botticelli a Picasso, desde Dalí a Matisse. Desde Dante a Petrarca o Edgar Allan Poe todos han tenido mujeres que han inspirado su obra  que incluso han pasado a la posteridad solo por ese hecho; Gala, Beatriz, Virginia Clemm, Laura de Noves…

simoneta de vespucci - nina peña - musas
Simoneta de Vespucci. Modelo del renacimiento inmortalizada en varias obras.

La mujer podía ser la que inspiraba, la que atraía al hombre para luego destruirlo o salvarlo. La que lo sostenía o lo condenaba. La que lo enviaba a los infernos o le podía mostrar la gloria. En todo caso era el sujeto pasivo que con un gesto leve, con una conducta acorde a su tiempo o a la moral imperante, sin que ella misma fuera libre para tomar un partido u otro, era la que tenia en su mano el extraño poder de dar o quitar glorias, de inspirar grandes obras ya fuera por su amor o por su negación al mismo, ya fuera por su belleza o por su castidad, por su maldad, por sus virtudes o por sus peores defectos.

gala - dalí - nina peña
Gala, musa inspiradora de Salvador Dalí

Era la actitud pasiva ante la vida, asumida de antemano su nulidad para cualquier otra cosa. La que esperaba a ser pintada o escrita, a verse inmortal a través de una mirada que no es la propia. A construirse según los deseos o las necesidades de los demás, nunca de las suyas. Solo así se explica que durante siglos la mujer haya tenido, también en el arte, la negación rotunda de quien cree dominarlo todo, de quien se cree con poder y autoridad suficiente como para re-crear con su mirada a otro ser.

La mujer, silenciada a lo largo de la historia, se queda inmortalizada en las palabras y en las miradas de otros. Salvadoras de la locuras de los genios. Sumisas mujeres que soportaban la miseria a veces y las humillaciones o infidelidades por mor de un arte supremo. La mujer siempre como centro de las manías, de los traumas, de la «genialidad». La mujer que puede salvar al genio de sí mismo, diluyéndose en sus pinceles, en su arcilla, en sus músicas o sus palabras.

Mujeres con talento que se quedaban a la sombra, como Camille Claudet tras Rodín y Debussy  o eclipsadas por la envidia, como Eileen Gray arquitecta y feminista cercenada por Le Courbusier. Mujeres sacrificadas como Camille Dondieux, musa, esposa y mantenedora económica en su época más humilde de Monet. Picasso llega a decir  «Yo soy un pintor eterno y para mí la mujer es una máquina de sufrir». María Teresa de León, escritora, poeta y la primera mujer doctorada en Filosofía y Letras en España, se definía a sí misma como la «cola de cometa de Alberti» mientras que él ni siquiera la nombra en sus poemas. Mujeres como Virginia Wolf o Silvia Plath, con sobrado talento en un momento en que la mujer todavía no podía desarrollar toda su valía pese a intentarlo, ambas prefiriendo el suicidio a la vida terrible de la lucha sin tregua y la enfermedad, algo esto último, que de haber sido hombres, quizá sería llamado genialidad.

virginia clemm poe - nina peña -tumbaEdgar Allan Poe, se enamoró de su prima Virginia Clemm, de tan solo trece años y cuando él contaba con veintisiete. Según dicen fue un enamoramiento más bien fraternal y puramente inspirador que jamás tuvo nada de carnal ya que no consumaron el matrimonio, cosa de lo que más me alegro porque últimamente se me caen mitos en forma de pederastas y es una sensación de lo más desagradable. En todo caso, puedo dar por buena esa inspiración que forjó uno de sus poemas más bellos.

 

Annabel Lee

Hace muchos, muchos años,
en un reino junto al mar,
vivía una doncella
cuyo nombre era Annabel Lee;
y vivía esta doncella sin otro pensamiento
que amarme y ser amada por mí.

Yo era un niño, una niña ella,
en ese reino junto al mar,
pero nos queríamos con un amor que era más que amor,
yo y mi Annabel Lee,
con un amor que los serafines del cielo
nos envidiaban a ella y a mí.

Tal fue esa la razón de que hace muchos años,
en ese reino junto al mar,
soplara de pronto un viento, helando
a mi hermosa Annabel Lee.
Sus deudos de alto linaje vinieron
y se la llevaron apartándola de mí,
para encerrarla en una tumba
en ese reino junto al mar.

Los ángeles, que no eran ni con mucho tan felices en el Cielo,
nos venían envidiando a ella y a mí…
Sí: tal fue la razón (como todos saben
en ese reino junto al mar)
de que soplara un viento nocturno
congelando y matando a mi Annabel Lee.

Pero nuestro amor era mucho más fuerte
que el amor de nuestros mayores,
de muchos que eran más sabios que nosotros,
y ni los ángeles arriba en el Cielo,
ni los demonios abajo en lo hondo del mar,
pudieron jamás separar mi alma
del alma de la hermosa Annabel Lee.

Pues la luna jamás brilla sin traerme sueños
de la bella Annabel Lee;
ni las estrellas se levantan sin que yo sienta los ojos luminosos
de la bella Annabel Lee.
Así, durante toda la marea de la noche, yazgo al lado
de mi adorada -mi querida- mi vida y mi prometida,
en su tumba junto al mar,
en su tumba que se eleva a las orillas del mar.

petrarca - nina peña
Petrarca y su amada Laura de Noves

También daremos por buena la inspiración de Garcilaso de la Vega en Isabel Freyre ya que nos ha permitido poseer en lengua castellana uno de los más bellos sonetos de amor del Siglo de Oro.

Soneto V
Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

A pesar de que las mujeres somos la mitad de la humanidad hay una mitad de historia de la que estamos exiliadas, de la que formamos parte como meras espectadoras.

“Las obras de Camille Claudel reflejaban la otra mitad de la historia… son obras que probablemente no haría un hombre” nos dice Pilar de Foronda, escultora y directora del ciclo ‘Ni ellas musas ni ellos genios’ que tuvo lugar en el año 2015.

Mujeres que vivieron a la sombra de hombres que las usaron, las eclipsaron, las sedujeron y, en todo caso, formaron una especie de imagen colectiva que iba siempre afirmando la evolución social de la mujer en cada época. Tal vez sea el momento de sacar a la mujer de esa griego pedestal otorgado a las musas y dar luz a su verdadera personalidad, a su verdadera valía y corporeidad.